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    Este relato lo escribí en francés. Luego lo traduje. Quiero decir, lo traduje yo. No una máquina.

     

     Así que pido indulgencia a Uds y a la lengua castellana por las cosas raras que puedan encontrar en algunos renglones. 

     

     (Cosas raras que las máquinas de traducir nunca hacen, como todos saben).

     

    Sandra

     

     

     

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  • Cuando éramos chicos, soñabamos con ir sobre el mar. Ahora que somos grandes, cumplimos. 

    Inscripción viking (cuya referencia no encuentro más)

     

    1 

    Partir no es fácil.

    Aunque la gana venga de la infancia, una vez al pie del avión, no es fácil. (Sobre todo por una escalera rodante, entonces no existían las mangas de embarque.)

    Sin embargo había soñado mucho con este viaje, esta aventura. Me había registrado en un programa para la Migraciones Europeas ; me habían aceptado, podía partir al extranjero.

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  • 2 

    Para entonces Aerolíneas Argentinas no escatimaba las plazas sin vender.

    Me acosté cómodamente sobre 4 asientos vacíos, me quité las botas camarguesas que traía a los pies, por falta de lugar en mi escaso equipaje de bodega y dentro del baúl, que debía trasladarse, me habían certificado, desde Montpellier hasta Buenos Aires, y dormí como una marmota.

     

    Me desperté con la voz del piloto, ya de día, para el desayuno.

    Cuando quise ponerme de vuelta las botas, se me complicó bastante. ¡ Mis pies hinchados ne entraban más ! Cada viajero que sepa viajar debe vestir ropa ámplia y zapatos cómodos y bajos, porque la presurización de la cabina hace que una se hinche. Lo aprendí aquel día. El avión ya estaba frenando sobre la pista, plenas turbinas al revés, mientras que yo estaba luchando, desesperada, para ponerme las malditas botas. Los pasajeros aplaudían el aterrizaje como si estuvieran al espectáculo, mientras que ya me veía desembarcar a Migraciones con las botas en la mano.

    Mi padre solía decir que existe un dios para los borrachos y los inocentes (en el sentido de mentes simples). Como dios hace un montón de burradas, no sé en qué categoría me ubica -una nunca está protegida de errores de apreciación- el hecho es que logré por fin colocar mis pies en el fondo de estas puchas botas, y pude desembarcar con la frente alta y los talones derechos. Estábamos a fines de noviembre, la primavera empezaba a transformarse en verano, hacía calor para botas. Sólo anhelaba abrir mi baúl para sacarmelas (con la condición de que mis pies salgan de vuelta, de ahí en más tenía cuidado).

    La cinta del equipage todavía daba vueltas, vacía, y mi baúl no estaba.

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  • 3

    Antes de partir para Argentina, nunca había encontrado Argentinos. En el 1979-1980, en el Sur de Francia, sí se veían algunos Chilenos, que huían de Pinochet. Los Argentinos en exilio no iban más lejos que Paris. Desde 1976, Argentina estaba bajo una dictadura. Algunos años antes me había llamado la atención que el Presidente de la República Argentina sea una Presidenta, hecho raro en aquel entonces. Se trataba de Isabel Perón, quien iba a ser derrocada por los militares en 1976, encerrada un tiempo en San Martín de los Andes, luego envíada a España a cultivar margaritas.

    Cuando me preguntaban si no tenía miedo de ir a vivir en una dictadura, levantaba los hombros. A los 23 años, no se tiene miedo a nada. Para mí, la atracción de la aventura era más fuerte que el temor a un régimen militar del cual pensaba no tener nada que ver ni que temer. Un siglo antes, me hubieran llamado  « aventurera »,término ya bastante despectivo al masculino, pero que se torna escandaloso al femenino. Suerte que las mentalidades evolucionan, demasiado lento por cierto, pero, gracias a los tiempos modernos, pude partir y llegar sobre el nuevo continente sin que me miren como a un bicho raro.

    Todo el contrario, como joven Francesa, era hipercotizada. Fui invitada un par de veces a tomar copas por jovenes hijos de papá, auto de lujo, bares de moda en barrios chetos.

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  • 4

    Empecé a buscar trabajo.

    Con mi diploma de secretariado trilingüe, y el año de experiencia en las oficinas de la fábrica de regaliz, cargando a cuatro manos la silla sin rueditas pegada al traste, trabajar no era un problema. Precisemos que aquellos carameleros aplicaban métodos antiguos, no sólo para las sillas con rueditas, sino para la contratación también. Cuando pasé mi entrevista de trabajo, el qui iba a ser mi futuro jefe de regaliz me dictó una carta, que anoté en taquigrafía. Empezó a acelerar, acelerar, cada vez más rápido, hasta que, la muerte en el alma, le tuve que decir que esperara, iba demasiado rápido. La desgracia para una secretaria taquimecanógrafa. Ya veía el contrato irse al agua... Me miró con placidez y dijo : « – Sólo era para ver hasta qué punto Ud podía ir… »

    El jefe de él me preguntó, entre otras interrogaciones, cuánto pesaba un metro cúbico de agua. Gracias a Uds, mis maestras de la escuela primario del Plan d'Alès, y gracias a mi memoria que fue a pescar la noción en un frasco hermético, salí del apuro paso a paso :

     « –Entonces, un litro de agua pesa un kilo. Un litro es un decímetro cúbico, para llegar al metro cúbico agrego tres ceros... Disculpe que no voy muy rápido...»

    Me sentía incómoda por no poder darle la respuesta así, de una vez, me iban a tomar por una incapaz... El tipo levantó la mano en signo de alentamiento. Continué :

    « –Pues pesa 1000 kilos...»Y ahí, la laguna. Una tonelada, ¿ son cien kilos o mil ? Horror. Me sacó del apuro sin saberlo. Terminó la frase para mí : « – Una tonelada », dijo. « – ¡ Sí  ! » Cuando les digo que hay un dios... Y me tomaron. Un año después, renunciaba sin pesar para irme a Argentina.

     El primer anuncio en el que me presenté en Buenos Aires ofrecía un sueldo de 100 US dólares por día. Me parecíó enorme. Era enorme, pero sólo permitía vivir, nada más. En 1980 no se podía hacer fortuna con 100 dólares por día.

     

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