• 5 

     

     

    Ya que tenía trabajo, busqué un departamento. Equipada con el mapa de la ciudad y con los clasificados del diario, salí a cazar. Como en todas las ciudades grandes, algunos departamentos eran oscuros, daban sobre un pozo o sobre una pared a tres metros de distancia. Bastaba de bajones. La hija del mediodía francés necesitaba tanto sol como alimentos. Y sol, en Buenos Aires, hay. Sólo había que encontrar el departamento que lo deje entrar. Madrugué un domingo (el mejor modo de hundir a los Argentinos en cuanto a buenas oportunidades, ellos se levantan tarde), y descubrí una joya en frente a la facultad de odontología, calle Junín entre Córdoba y Marcelo T de Alvear, que los verdaderos porteños llaman todavía con su nombre antiguo, Charcas. En el noveno piso, el departamento se estrechaba para dejar lugar a un balcón grande. Una línea directa de colectivo me dejaba en la oficina en un tiempo razonable. ¡ Viva la pepa !

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  • 6 

     

    Pasé mi primera Navidad en Buenos Aires.

    Navidad en verano, no es Navidad. Especialmente si un arbolito con guirnaldas y algodón para imitar nieve, se acerca a la ventana abierta por donde entra un calor de horno. Es verano, ¡ pues no hay necesidad de estar de fiesta el 25 de diciembre ! ¡ Fiestas se pueden hacen cualquier día, en verano ! En cambio, en julio-agosto, el invierno es largo. Nada viene interrumpirlo, ninguna pausa para encontrarse, darse panzadas bien calentitos. Eso, falta.

    A la noche del 31 de diciembre, escuché los barcos del puerto tocando sirena juntos. Tan cercanos. El único signo que Buenos Aires es un puerto. Una lástima que no se vea, el puerto. Entonces estaba sobre el balcón, husmeando estas señales de altamar. Me llamaron desde adentro, dí vuelta la cabeza y no vi la planta carnosa a la altura de mi mejilla. La punta de la hoja filosa se plantó en mi pómulo. El humo de los motores déjà un velo de hollín por todas partes. Esta punta de hoja me hizo entrar el hollín bajo la piel. Un tatuage. Todavía lo tengo. El hollín de Buenos Aires bajo la piel.

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    7 

    Estando registrada en el Consulado de Francia en Buenos Aires, recibí mi tarjeta electoral para las elecciones presidenciales. En mayo de 1981, fui a votar a la única mesa electoral de la capital, en la Embajada de Francia. Está ubicada en la avenida 9 de Julio, en pleno centro, cerca del Consulado. Al final de esta avenida, un poco más abajo, se encuentra un edificio construído por Fiat, una torre redonda llena de ventanas cuadradas, que los porteños, jocosos, apodan el rulero. En cambio la Embajada francesa es una mansión de estilo siglo XIX, ahora en el medio de los rascacielos. Subiendo las majestuosas escaleras, observaba a los empleados. Internet no existía todavía, pero con el cambio horario, el personal, nombrado por Giscard d'Estaing (derecha), ya conocía las primeras estimaciones. Sus caras deshechas me informaron en seguida del al probable resultado, hi hi ! Mitterand (socialista) estaba por ganar. Mi paso se hizo malicioso en la escalera de honor. ¡ No son tantas las ocasiones de divertirse en la Embajada !

     

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    8 

    Estaba harta hasta la coronilla de Buenos Aires y de sus rascacielos, de sus autos y colectivos. ¡ Cuando una sabe que el resto del país es inmenso y que la naturaleza la espera !

    Asedié a nuestro adorable director. Le supliqué que me mande en una base, adonde quiera, limpiaría las ventanas, el piso, lo que quiera, ¡ pero por favor sáqueme de Buenos Aires !

    Una mañana me llamó a su despacho :

    « – Sylvie, je vous transfère dans une base. (Sylvie, la mando en una base.)

    – Oh merci monsieur ! (Oh muchas gracias señor!)

    – Mais ne venez pas vous plaindre : vous allez à Río Gallegos ! » (Pero ne me venga a quejarse : ¡ Ud va a Río Gallegos!)

    Sali del despacho del jefe con pies alados, decía Homero, y radiante, corrí anunciar la buena noticia a todas las chicas de la oficina. Horrorizadas :

    « – Pero Sylvie, ¡ NO SABES lo que es Río Gallegos ! »

     

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  • 9

     

    Un sábado, los Franceses de la base de Río Gallegos decidieron ir a visitar una curiosidad natural de la provincia de Santa Cruz : el glaciar Perito Moreno. Nos embarcamos en una chata (Ford Pick up, irrompible) y salimos rumbo al Oeste, hacia la Cordillera.

    El asfalto no iba más lejos que las calles de la ciudad. Después, empezaba el ripio. Es muy impresionante, la primera vez, de acelerar en una ruta que, de repente, se convierte en ripio. Ibamos a volcar, qué sé yo, una catástrofe, pero no, rodaba no más. Simplemente era mucho más ruidoso.

    Anduvimos horas sin cruzar a nadie, en la estepa patagónica. Subíamos una cuesta, llegábamos en una meseta, luego otra cuesta, luego otra meseta... Viejo señor vecino de mis padres, ¡ cómo Ud. tenía razón ! De repente, se ven montañas a lo lejos. Después de horas de estepa, ¡ es un cambio ! Es hermoso.

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