• 4 - Encontrar trabajo

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    Empecé a buscar trabajo.

    Con mi diploma de secretariado trilingüe, y el año de experiencia en las oficinas de la fábrica de regaliz, cargando a cuatro manos la silla sin rueditas pegada al traste, trabajar no era un problema. Precisemos que aquellos carameleros aplicaban métodos antiguos, no sólo para las sillas con rueditas, sino para la contratación también. Cuando pasé mi entrevista de trabajo, el qui iba a ser mi futuro jefe de regaliz me dictó una carta, que anoté en taquigrafía. Empezó a acelerar, acelerar, cada vez más rápido, hasta que, la muerte en el alma, le tuve que decir que esperara, iba demasiado rápido. La desgracia para una secretaria taquimecanógrafa. Ya veía el contrato irse al agua... Me miró con placidez y dijo : « – Sólo era para ver hasta qué punto Ud podía ir… »

    El jefe de él me preguntó, entre otras interrogaciones, cuánto pesaba un metro cúbico de agua. Gracias a Uds, mis maestras de la escuela primario del Plan d'Alès, y gracias a mi memoria que fue a pescar la noción en un frasco hermético, salí del apuro paso a paso :

     « –Entonces, un litro de agua pesa un kilo. Un litro es un decímetro cúbico, para llegar al metro cúbico agrego tres ceros... Disculpe que no voy muy rápido...»

    Me sentía incómoda por no poder darle la respuesta así, de una vez, me iban a tomar por una incapaz... El tipo levantó la mano en signo de alentamiento. Continué :

    « –Pues pesa 1000 kilos...»Y ahí, la laguna. Una tonelada, ¿ son cien kilos o mil ? Horror. Me sacó del apuro sin saberlo. Terminó la frase para mí : « – Una tonelada », dijo. « – ¡ Sí  ! » Cuando les digo que hay un dios... Y me tomaron. Un año después, renunciaba sin pesar para irme a Argentina.

     El primer anuncio en el que me presenté en Buenos Aires ofrecía un sueldo de 100 US dólares por día. Me parecíó enorme. Era enorme, pero sólo permitía vivir, nada más. En 1980 no se podía hacer fortuna con 100 dólares por día.

     

     

    Era la época del tristemente famoso general Videla y de su minstro de Economía, Martinez de Hoz. Plena época de Thatcher y Reagan, cuando el ultraliberalismo empezaba a desplegar las alas. La primera gran misa iba a celebrarse del otro lado del Río de la Plata, justamente, bajo el nombre del Urugay Round, que iba asimismo transformarse en los acuerdos de libre comercio del GATT, ancestro de la Organización Mundial del Comercio. Argentina fue terreno de ensayo, con la benedicción de los militares, quienes son eminentes especialistas de las « ciencias » económicas, como bien sabe cada uno.

    Aquel ministro de Economía, Martinez de Hoz, se puso a aplicar los métodos destructores de los liberales : « Hay que eliminar los patos tuertos de la economía argentina » declaró. A eso se dedicó, bien aconsejado por « expertos » norteamericanos (Friedman, Hayek), y bien guíado por la diplomacia estadounidense establecida en Buenos Aires. Para eso, abrió bien grande las fronteras a las importaciones de productos manufacturados, al cero de aranceles aduaneros a la entrada al país. Aclaremos que los Argentinos, siempre desvalorando lo que es nacional, se enloquecían por los productos importados. Estaban convencidos de que, si venían del extranjero, las mercancías eran de mejor calidad. Era la moda. Las tiendas no hubiesen vendido sin los carteles enormes que rezaban « IMPORTADO » en las vidrieras. Al mismo tiempo, Martinez de Hoz se aplicó en mantener un dólar bajo, en pesos, para que las importaciones salgan barato (y de paso fusilen a la indústria nacional).

    Pero ya la inflación galopaba. Un 30 por cierto mensual. Se decía que los precios subían por el ascensor, y los sueldos por la escalera. Siempre durante el mismo período, en una clase de tríptico infernal, para contrarrestar la inflación, los bancos y la compañias fincancieras ofrecían a todo el mundo plazos fijos al mes, a la semana, con tasas de interés reflejando la inflación. Cualquiera cobrando un sueldo corría a plazar una parte a 15 días, si no los precios aumentaban tanto que a fin de mes la plata valía mucho menos que al principio. Cuántas veces escuché este comentario : « Menos mal que lo compré hace tiempo, ahora no podría, vale una fortuna... »

     

     

    Chapitre 4 - Trouver du travail

     

     

     

     

     

     

     

     

     

    El ministre de Economía Martinez de Hoz, caracterizado por sus grandes orejas.

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     4 - Encontrar trabajo

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

    Los buitres de la finanza pronto olieron la ganga : los especuladores extranjeros traían dólares en Argentina. Los cambiaban en pesos, ponía a plazo fijos por algunos meses, cobraban una buena diferencia, los cambiaban de vuelta en dólares, cuya tasa de cambio NO se había movido. Negocio redondo...

     

    Obviamente, esto no podía favorecer el país. Aún menos cuando las exportaciones argentinas, que procuraban dólares, las generaba el sector primario exclusivamente : trigo, carne, lana. Ricardo y sus ventajas comparativos : ¡ mentira ! ¿ Cuántas vacas hacen falta para pagar un equipo estéreo ?

     

    El resultado fue la financiarización completa de un país, la primera vez en el mundo. Invertir la plata en la finanza era más rentable que en la fabricación. La indústria colapsó, la gente perdió su trabajo (los desempleados no cobraban nada), pues se encontraba a la calle, lista a hacer cualquier cosa legal o no para llenar la olla. Como los militares tenían el poder, era imposible luchar. ¡ El paraíso liberal !

    4 - Encontrar trabajo

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

    No me tomaron para aquel trabajo de 100 dólares por día. La Oficina de Migraciones entonces me dirigió hacia una compañia francesa que buscaba una administrativa. Se llamaba Flotrépol, y pertenecía al grupo Schlomburguer. Las oficinas estaban sobre la calle peatonal Florida, cerca de nuestro hotel. Flotrépol se ocupaba de prospección petrolera, es decir que buscaba petróleo, en tierra como costa afuera. Al contrario de Francia, Argentina posee petróleo y gas natural. Mucho. La compañia de petróleos, nacional en aquel entonces, creada en 1920, se llamaba YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales).

    Había dos Franceses en estas ofcicinas, el jefe y un ingeniero. Fue el jefe que me entrevistó. Me hizo traducir en francés un texto técnico en inglés, lleno de vocubulario y de material de pozo de petróleo : O rings, shafts, winch, no conocía ninguno, era él que me daba la traducció cada vez. Me sentí inútil y abandoné la esperanza del puesto, un poco antes que me anunciara que me contrataba para un mes de ensayo. En realidad, contrataba barato (a nivel de sueldo argentino) una secretaria trilingüe que no vacilaría frente a documentos en francés. Había tardado tres semanas en encontrar trabajo.

     

    Me instalaron en el despacho de Mabel para aprender el trabajo. Las computadoras no existían todavía, tenía una máquina de escribir eléctrica : una IBM con bolita, la Rolls Royce de las máquinas. Nunca más encontré semejante flexibilidad en las teclas, la fuerza contenida qui disparaba la nervosidad del tecleo, el deslizado sedoso de la carretilla. Cambiando la bolita se podía cambiar de póliza de carácteres, bastaba con desencajarla. Más tarde tuve una colección de bolitas en una tapa de caja de zapatos, que no prestaba a nadie, y me componía obras maestras de tipografía. Toqué el paraíso cuando descubrí que frente a mi IBM con bolita, vi entronizada ¡ una silla con rueditas !

    Tenía que haber otra cara de la moneda. Este maldito teclado español tenía la A y la Q invertidas, la M et la coma cambiaban de lugar, el punto simple et el punto de interrogación al otro lado del teclado. Fue muy duro y muy largo torcer los automatismos de mis diez dedos. ¡ Cuántos errores de tipeo ! Por suerte, había una tecla « borrar para atrás », el tiempo de la gomas había pasado. De lo contrario, hubiese tardado siglos a tipear todo lo que me daban.

    Los siglos, de hecho, los pasábamos a tratar de llamar por teléfono. ¡ Ay ! ¡ El teléfono en Argentina ! Imposible de imaginar para un Francés.

    Tono casi nunca al descolgar. Por ende descolgábamos de cuando en cuando para ver si el tono había vuelto. Cuando por fin estaba, poníamos los dedos en los agujeros y dábamos vuelta al cuadrante para marcar el número. El llamado salía, o no, y cinco o seis veces sobre diez, llegaba a otro lado que donde llamábamos. « ¡ Equivocado ! » decían del otro lado del cable. Cuelga, descuelga, no hay tono, empezá de vuelta todo. Incluso para llamados locales, tardaba una eternidad. Algunos dejaban el teléfono descolgado y lo llevaban al oído de vez en cuando para escuchar si había tono. Pues si alguien llamaba, sonaba ocupado. De más está decir que la productividad no estaba al máximo.

    En el hall de entrada, la recepcionista tenía mi edad, un chica espectacular, y se llamaba María del Pilar. Cuando el jefe le pedía una comunicación con una base de provincia, a miles de kilómetros, se arrancaba el cabello : « ¡ Me voy a gastar el dedo toda la tarde y no estoy segura de conseguirlos ! » Los otros empleados, ingenieros y técnicos, usaban la radio VHF : « Aaaaaatento Río Grande, Río Grande, Río Grande, para Buenos Aires ? » A tres mil kilómetros, Río Grande contestaba : « ¡Adelante Buenos Aires ! », y funcionaba mucho mejor que este bendito teléfono mudo o descarrilado. Decían que al comprar un solar para construir, había que hacer el pedido del teléfono, a la compañía nacional Entel. Escuché de gente que esperaron veinte años que les instalen la línea. « ¿ Incluso pagando coima ? (Empezaba a familiarizarme con los usos argentinos) – Ah, por supuesto, si pagas... Pero hay que pagar mucho, sabés. »

     

     

    Musica : Julio Sosa (Argentino), "Sur"

     

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