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8 - ¡ Rio Gallegos !
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Estaba harta hasta la coronilla de Buenos Aires y de sus rascacielos, de sus autos y colectivos. ¡ Cuando una sabe que el resto del país es inmenso y que la naturaleza la espera !
Asedié a nuestro adorable director. Le supliqué que me mande en una base, adonde quiera, limpiaría las ventanas, el piso, lo que quiera, ¡ pero por favor sáqueme de Buenos Aires !
Una mañana me llamó a su despacho :
« – Sylvie, je vous transfère dans une base. (Sylvie, la mando en una base.)
– Oh merci monsieur ! (Oh muchas gracias señor!)
– Mais ne venez pas vous plaindre : vous allez à Río Gallegos ! » (Pero ne me venga a quejarse : ¡ Ud va a Río Gallegos!)
Sali del despacho del jefe con pies alados, decía Homero, y radiante, corrí anunciar la buena noticia a todas las chicas de la oficina. Horrorizadas :
« – Pero Sylvie, ¡ NO SABES lo que es Río Gallegos ! »
No, no sabía lo que era Río Gallegos. Sólo sabía que estaba en el fondo de la Patagonia, sobre el Atlántico, un poco antes del Estrecho de Magallanes. Y me convenía perfectamente. Hubiera ido hasta la luna para salir de esta capital ruidosa y cubierta con hormigón.
Mis dos baules y yo nos fuimos con el lujo de un billete de avión pagado por la compañía. Y un mes de hotel pago también, el tiempo de encontrar un alquiler en la capital de la provincia de Santa Cruz. ¡ Un sueño !
Río Gallegos no era muy grande, a pesar de ser el equivalent de una prefectura para un departamento francés – allá se dice une provincia –, departamento grande como la mitad de Francia. Las casas eran todas de planta baja, salvo las de la calle principal, donde subían hasta tres pisos. Por fin, ¡ aire ! Para mi suprema delectación, a pesar de que las calles siempre se recortaban en ángulo recto (en toda América no hay escapatoria) las calles TERMINABAN, sí, terminaban, y ¿ cómo ? Terminaban sobre agua azul que resplandecía a lo lejos por la mañana : la ría del río Santa Cruz.
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Río Gallegos
Patagonia
D’abord, il y a des cuadras
Mais des cuadras, y’en a partout.
Ici elles sont à 2 dimensions.
A Buenos Aires ce sont des cubes.
Sur les cuadras y’a des maisons
Des maisons bêtes en béton
Habituels blockhaus des sans imagination.
Et de vieilles maisons en tôle ondulée
Calfeutrées, petites fenêtres
Un arbre devant la porte, un jardinet
Une palissade en bois, ça plairait à un peintre.
Des maisons de poupée.
Et les cuadras ne sont pas pleines.
Y’a des trous
Des prés, des bagnoles rouillées
Des chiens en vadrouille.
Au bout des rues il y a la baie
De loin on voit l’eau qui brille
La lumière australe est patinée
Douce, cristalline
On se paye des crépuscules hollywoodiens.
Autour, ils disent qu’il n’y a rien.
Mensonge, il y a la plaine
Rocailleuse, des ruisseaux qui frétillent
qui s’arrêtent, tiens, une mare,
qui arrivent au bord de la mer.
La marée basse laisse des flaques
bleues, des touffes buissonnantes, des varechs
De la gélatine de méduse
Des galets pour lancer dans les vagues vertes.
Y’a de l’espace, du ciel, du vent
qui m’embrouille les cheveux
C’est le frère du Mistral
il nettoie les nuages
il emmerde les gens.
Río Gallegos
Patagonia
Primero, hay cuadras
Pero cuadras, hay en todas partes.
Acá tienen dos dimensiones.
En Buenos Aires son cubos.
En las cuadras hay casas
Casas bobas de hormigón
Búnkers habituales de la gente sin imaginación.
Viejas casas de chapa
Selladas, ventanitas
Un árbol delante de la puerta, un jardincito
Un cerco de madera, le gustaría a un pintor
Casitas de muñeca.
Y las cuadras no están llenas
Hay huecos
Baldíos, autos oxidados
Perros sueltos
A final de las calles está la bahía
Desde lejos se ve el agua brillando
La luz austral es curtida
Suave, cristalina
Nos mandamos crepúsculos hollywoodienses.
Alrededor, dicen que no hay nada.
Mentira, está la llanura
Rocosa, arroyos que culebrean
que paran, mirá, una laguna,
que llegan al mar.
La marea baja déja charcos
azules, matas arbustivas, algas
Gelatina de medusa
Cantos rodados para lanzar en las olas verdes.
Hay espacio, cielo, viento
que me enreda el pelo
Es el hermano del Mistral
limpia las nubes
le jode a la gente.
Et au milieu de la plaine
Il y a une petite chaîne
Plantée comme ça comme un cheveu sur la soupe.
Y’a des jours de printemps
On sortirait en chemise
De l’air très bleu, un feeling éclatant
Des lendemains couverts, une lumière grise
On marche sans faire attention.
Et au coin des rues moroses
Un machin blanc qui passe, se pose.
Arrête ! On se fige. Un flocon !
On relève le nez, on met le zoom au point
La ville disparaît dans un décor gris flou
Et en voilà trois, cinq, dix, y’en a partout
No te puedo créer !
On se remet en marche, ému, enfantin
On laisse remonter des souvenirs anciens
Une chape de rêverie tombe sur la ville.
En el medio de la llanura
Hay una sierrita
Plantada así, caída del cielo.
Hay días de primavera
Se saldría en camisa
Aire celestísimo, un sentimiento resplandeciente
Días siguientes cubiertos, una luz gris
Una camina sin prestar atención.
En una esquina de calles desoladas
Un coso blanco pasa, se posa.
¡ Pará ! Una se paraliza. ¡ Un copo !
Una levanta la nariz, enfoca bien
La ciudad desaparece en un escenario gris borroso
Acá van tres, cinco, diez, está lleno
¡ No te puedo créer !
Una se pone de vuelta en camino, emocianada, infantil
Recuerdos antiguos remontan
Un manto de sueños cae sobre la ciudad.
Paralelo 51 Sur. El equivalente al Nord Pas de Calais. Muy frío en invierno. En cuanto se anuncia la primavera, empieza el viento. Dura todo el verano. Para con los primeros fríos. El viento. Siempre el mismo, siempre sopla hacia la misma dirección. Como viene del Oeste, allá dicen que los Chilenos dejaron la ventana abierta.
En el hotel que la compañía me pagaba, hacia demasiado calor. Calefacción por el piso. Me despertaba en el medio de la noche con la sensación de estar en el Sahara. Terminé por regar la alfombra cada noche antes de ir a dormir, para dar un poco de humedad. Por la mañana siguiente no se notaba nada, había secado durante la noche. Así dormía mejor. Dormía tan bien que una mañana, cuando la recepcionista me despertó por teléfono, como todos los días, abriendo las cortinas descubrí que la casa de en frente se había quemado. Los bomberos se estaban yendo. No había sentido nada.
El trabajo en Flotrépol era simple. Secretariado, papelerío, llamados telefónicos. El teléfono no funcionaba mejor que en la capital. Para llamar, usábamos la radio.
« – Aaaaaaaatento Buenos Aires, Buenos Aires, Buenos Aires, para Río Gallegos ? » Carraspeos en el altoparlante. Luego, una voz :
« – Atento Buenos Aires para Comodoro ?
– Disculpá Comodoro, Gallegos estaba primero, me permitís un minutito ? »
Como el téléfono larga distancia era caro, había un sistema para bloquear el enchufe telefónico, cuya llave sólo la tenía el jefe. Inútil precaución : el mejor incentivo para NO llamar, era que no se podía conseguir nunca el número que marcábamos.
Recibíamos a técnicos e ingenieros franceses y estadounidenses, sobre todo Tejanos, tierra petrolera, y catalanes también, quienes iban a pozos perdidos al interior, o en plataformas marinas. Porque la compañía exploraba en mar. Teníamos personal embarcado sobre las plataformas petroleras, en alta mar entre las Islas Malvinas y el continente, y otras en el estrecho de Magallanes.
Con ellos también comunicábamos por radio VHF. Hablar por radio en inglés con Tejanos, es un desafío. No se entiende nada. Hacía una pregunta, después hacía todas las respuestas posibles hasta que me digan yes. Los Franceses que laburaban con ellos me confirmaron. Además, me decían, está prohibido fumar en la plataforma, entonces todo el mundo masca tabaco. Entender a un Tejano, ya es difícil. Pero a un Tejano que masca tabaco, es imposible.
La radio VHF tenía una antena de 5 o 6 metros de alto sobre el techo de la casa que albergaba nuestras oficinas. Cuando el jefe no estaba, desenchufábamos la VHF y los técnicos improvisaban una conección entre la antena y un transistor. Nos escuchábamos Radio France International. Y Buenos Aires podía llamar a gritos...
Una parte del trabajo consistía en ir a buscar a los técnicos en el aeropuerto. Aeropuerto mítico, el de Saint Expéry y de Mermoz, en los tiempos de l'Aéropostale. Una placa los menciona. Un día que conducía la chata (Ford Pick Up, el único vehículo que resista a las rutas de ripio), iba sobre la recta que lleva al aeropuerto, y miraba a lo lejos, buscando si el avión empezaba a mostrarse. Cuando puse de vuelta los ojos sobre la ruta, ví dos autos en el aire, que chocaban de frente. Con la fuerza del impacto, habían hecho un salto. Cayeron. Paré, ví una masacre, no me atreví a tocar y corrí a la próxima casa, a algunos kilómetros, para dar la alarma. Al día siguiente el diario hablaba de dos muertos y un herido. Sólo vi a dos personas. No sé dónde estaba el tercero. Todavía me pregunto cómo hicieron : la ruta estaba vacía, sólo estaban ellos. ¿ Cómo, en una recta, con un solo vehículo en sentido contrario, hicieron para chocarse de frente, a toda velocidad ? Si hubiese estado cien metros adelante, me lo llevaba yo.
La oficina de Aerolíneas Argentinas en el centro, era objeto del un odio general en el laburo. Cualquiera que llegaba allí por avión no podía volver sin reconfirmar la vuelta marcada en el billete. Reconfirmar, eso era el trabajo de la secretaria. ¡ Horas de espera en frente de la taquilla ! Creo que en realidad vendían demasiados asientos para la capacidad del avión (me pasó a mí que me rechacen, billete pagado, reconfirmado y tutti cuanti) entonces jugaban con los pasajeros que no se presentaban o que no reconfirmaban.
A menudo hacíamos asados, en la compañía, una manera amistosa de trabajar juntos. Fue cuando los Franceses me describieron un animal que no conocía : un zorrino. Este animal, cuando se quiere defender, echa un chorro de orina que apesta. Cuando pasan semanas en el campo cerca de los pozos, los operadores dormían en bungalows prefabricados al lado de las perforaciones. Los técnicos argentinos habían capturado uno de estos bichos, amorosos siempre y cuando no se asustan, y lo habían depositado en la pieza donde dormían los Franceses. Hay un dios para los borrachos y los inocentes : los Franceses, totalmente ignorantes de la particularidad del bicho, a su vez lo agarraron y fueron a poner en la pieza de los Argentinos, por si acaso, sólo para devolverles el favor. Fue en el cuarto de los Argentinos que el zorrino usó su arma defensiva.
« – ¿ Pero huele tan mal ? pregunté » En frente mío me parecía ver un dibujo animado : tres pares de ojos que se agrandan, tres bocas que se ponen redondas, seis manos que se sacuden : « – ¡ No sabés ! »
Esto complicó la relación entre Franceses y Argentinos. A éstos no les encantó deber tirar la ropa contaminada – « No hay tu tía, podés lavarla cincuenta veces, da lo mismo » – ni dormir con la ventana abierta con un frío polar varios días seguidos. « – Hé, on savait pas ! Et d’abord, c’est eux qu’ont commencé ! » (Hé, no sabíamos, y primero, son ellos que empezaron!)
Otro día trajeron de la plataforma en mar un grabado en un dictáfono. Era la época de la gran rivalidad en Fórmula Uno entre Carlos Reutemann, el piloto argentino, y Alain Prost. Los Argentinos tuvieron la desgracia de poner en duda las capacidades deportivas de nuestro campeón. La subsequente carrera persiguiéndolos en los pasillos terminó en represalias terribles, a juzgar por la banda de sonido. Los Franceses obligaron a los Argentinos a imitar el ruido del coche de Prost : ¡Vrrrum vrrrum ! y el de Reutemann : Pat pat pat paaaat !
Al cabo de un mes, había encontrado una casa para alquilar por una agencia, a pocas cuadras de la oficina. Una casa típica del Sur de la Patagonia, donde hace frío y donde el viento se cuela en cada intersticio. Nada de ladrillos ni bloques, demasiados caros, hay que traerlos desde lejos. Una fachada de hormigón, manera de mostrar que se tiene un poco de plata, luego una caja toda de madera, suelo, paredes y techo. Completamente sobre patas, para aíslarla del suelo. Todo esto envuelto con chapa ondulada para las paredes y el techo. Entre la madera y la chapa, papel de diario. En la entrada, una antecámara con una segunda puerta, para dejar el frío afuera. En cada habitación, un radiador enorme a gas de red, con un precio de gas lo más bajo que nunca he visto. Por una parte, el gas es subvencionado, por otra, el yacimiento está a veinte kilómetros.
Un yacimiento de gas produce efectos raros en el agua. El agua huele mal a veces. Había días en que, bajo la ducha, me preguntaba : ¿ Este olor soy yo ? En realidad no, era el agua. La gente se baña con agua que apesta.
Fabricándome la cama
Con una caja de manzanas para mesita de luz.
Cuando me mudé, limpié todo. No me gusta la mugre. Aunque, cuando es mía, la soporto por un tiempo. Pera la de los otros, no es cierto, ni pensar. Pues estaba lavando, enjuagando con abundante agua, y dále, cuando de repente, no hubo más agua en la canilla. Probé con todas las canillas de la casa, no había más agua en serio.
Fuí a la agencia (no tenía teléfono, y para qué) a reclamar.
« ¡ Pero me extraña ! ¡ Es tan evidente ! Cada uno sabe que el tanque de agua de cada casa – pero sí, el que tiene en el cuarto de baño – se llena una vez por día. ¡ Después, la municipalidad corta las compuertas ! Entonces, ¡ arréglese para hacer durar su agua durante un día ! Ah, eso sí, sin embargo, hay una canilla en la calle, a 10 metros de su casa. Aquella tiene agua en permanencia. Pero fría. Puede ir con un balde. »
Le puedo asegurar que el agua fría, en Río Gallegos, ¡ es fría !
Mi casa se convirtió en el rendez-vous internacional de los técnicos qui estaban hartos de restaurantes y de las noches en el bar del hotel Santa Cruz. Buceadores norteamericanos nos contaban que casi se quedaron en el fondo del estrecho de Magallanes : bajaban en su escafandra y respiraban mediante una manguera desenrollada desde el compresor a bordo del barco. Un operador controlaba la profundidad y modificaba la mezcla de aire a medida que los buceadores se hundían. Pero la corriente es muy fuerte en el Estrecho. LLevaba a los bueceadores a lo lejos, pero en superficie. El operador, viendo el cable desenrollandose, empezó a modificar la composición del aire, pensando que estaban ya en las profundidades. Por suerte, un buceador se dió cuenta y alertó en tiempo. Dicen que no se ve nada, en el Estrecho, el agua es turbia. De vez en cuando, pasan rocas, llevadas por la corriente.
Dicen que bucear, con el tiempo, vuelve loco. Los buceadores tiene la reputación de estar todos de la cabeza. A esto añadían : Eso es porque un día, la roca, la tomaron por la cabeza.
Otro se jactaba de haber inventado el primer recorrido de golf en Antártida : con un felpudo para distinguir la pelota sobre el hielo, antes de golpearla. Como una vez lanzada no se encontraba más, había que ponerse de acuerdo donde se había podido caer. Así eran las historias que contaban los tíos, a la noche.
Fue en el British Club que aprendí a jugar al billar. No cualquiera, y no con cualquiera. Un enorme pool interminable con redes en los rincones, para recuperar las bolas. Fue Jack, buceador justamente, que me enseño a jugar. Jack era una belleza pura, tanto que intimidaba.
Pienso que en tiempo normal no hubiera tenido ni la menor oportunidad con él. Pero en el fin del mundo, en situación de casi monopolio, mi oportunidad, la tuve. No duró mucho. Volvió a sus llanuras norteamericanas. Lo sabía desde el principio. Pero dios mío que fue difícil...
Como tenía una pieza vacía en mi casa, subalquilé a un Inglés. No me acuerdo su especialidad en petróleo. Se llamaba James, era muy tímido y muy encantador. Me dijo, con este acento British me derretía : « You should read A hundred years of solitude ! » Ví el libro en la vidriera de una tienda : Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Marquez. ¡ No lo iba a leer en inglés, todavía ! Así fue que me submergí, en castellano, en uno de los libros de literatura sudamericana que más me fascina. James tenía razón. Esta novela es magistral, violente, impetuosa, grandiosa y familiar, sacude y vuela. Gracias, James, gracias a tí...
James se volvió a Inglaterra sin que hayamos hablado de otra cosa que de literatura, lo que ya era excepcional en el ámbito petrolero patagónico. De costumbre, los técnicos no leen mucho. Enfin, no mucho de literatura.
Música :
"Vuelvo al Sur", Música Astor Piazzolla (Argentino), letra Fernando Solanas (cinéasta argentino), interpretadp por Roberto Goyeneche (Argentino) para la película « Sur », de Solanas
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Tags : zorrino, buceadores, Cien años de soledad
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