• 32 - L'Aeropostale

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    En el aeropuerto de Río Gallegos, hay una placa. Esta placa conmemora la línea francesa de la Aeropostal, que hacía escala allí.

    Recibí un día un grupo del personal de Air France : pilotos, mecánicos, oficinistas... Me imaginé que tenía que ser un grupo bien especial, cuando apenas bajados del avión, me pidieron ver esta placa, y, como si nada, púdicamente, inclinaron la cabeza en frente de la placa.

    Personajes ilustres volaron en Patagonia y arriba de la cordillera : Mermoz, Saint Exupéry, Guillaumet...

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

    Con ese grupo de Air France, escuché más de lo que hablé. Sencillamente dejé el micrófono a los sabían más que yo.

     

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

     

    Entre las dos guerras mundiales del siglo XX, el objectivo era transportar el correo desde Paris a Santiago de Chile. Los primeros aviones eran Latécoères de la guerra de 14, apenas capaces de realizar saltitos de pulga a lo largo de España, luego bordeaban la costa africana hasta Dakar. Los pilotos volaban a simple vista. Como esos aviones no tenían autonomía suficiente como para cruzar el Atlántico, los cargaban a bordo de barcos hasta Puerto Natales en Brasil, luego volaban de vuelta siguiendo la costa Atlántica hasta la Patagonia.

     

    Esta gente de Air France me comentaban que en Francia, no existe más ninguno de esos aviones. Pero acá, en Argentina, los habían conservado... Están en el borde de las pistas de Aeroparque, en Buenos Aires, añadían, los ojos brillantes. Sí, Buenos Aires conservó religiosamente estos aviones gloriosos de la Aeropostal. Para los especialistas, era una emoción encontrarlos ahí, al lado de las pistas, testigos de la aventura extraordinaria de aquellos pioneros de la aviación.

     

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    Jean Mermoz : Tercero a partir de la izquierda.

     

    El primer loco en atreverse a cruzar el océano Atlántico fue Jean Mermoz, con su mecánico Collenot, en 1930, a bordo de un hidroavión Latécoère 28, motor Hispano Suiza de 650 CV. Volaron desde Dakar hasta Natal en Brasil en 19 horas.

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

    Aquellos aviones no podían volar muy alto, porque no tenían presurización. Durante mucho tiempo buscaron el paso para cruzar los Andes a la altura de de Santiago de Chile, ahí donde justamente la cordillera presenta su altura máxima, con la cumbre, el Aconcagua, de casi 7 000 m sobre el nivel del mar.

    En 1929 Mermoz tuvo que hacer un aterrizage de emergencia en plena cordillera, sobre una altiplano inclinado arriba de un acantilado.

    Con su mecánico Collenot, luego de una minuciosa inspección de la máquina, un Latécoère 28, se prepararon a despegar. Para eso, disponían de unos cien metros nevados en declive, cortados por una zanja bastante profunda que tendrían que cruzar sin frenar para tomar suficiente velocidad. Al final de la pendiente, un acantilado, un valle y una pared rocosa en frente. Pues tenían que tomar suficiente impulso para que el motor arranque, y una vez al vacío, si la hélice se había dignado funcionar, desvíarse de urgencia para no estrellarse en la pared de enfrente.

    Empezaron por aliviar el avión al máximo, desarmando todo lo que no era indispensable, abandonándolo en el suelo... excepto el correo, por supuesto. Luego colmaron lo mejor que pudieron la zanja en el medio de la pendiente, en el lugar donde iban a pasar.

    Entonces, se lanzaron...

    Se sacudieron en la pendiente, se tomaron la zanja... El motor empezó a dar vueltas, la hélice a girar. Estaban a pleno gas cuando el avión se lanzó al vacío. Mermoz desvió a fondo, aceleró... y el avión dobló.

    Volvieron a aterrizar en Copiapó con un esqueleto de avión... ¡ y la bolsa del correo ! Cuando contaron su aventura, los Chilenos no les quisieron creer. Era imposible, opinaban, de salir de donde decían que venían.

    Frente a la insistencia de los Franceses, y su evidente buena fe, los Chilenos quisieron sacarse la duda : organizaron una expedición andina hasta el lugar indicado. Llegados a los restos del desmontaje del avión, tuvieron que aceptar la evidencia.

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

    Con su fiel mecánico Collenot, documento del Museo del Aire.

     

    Los pasajeros del grupo conocían el hijo de Collenot, entrado en Air France él también. Me contaron que su hijo se emocionó consultando los archivos de la compañía : Collenot padre había tomado una semana de vacaciones... ¡ para su nacimiento !

    Volviendo al cruce de la cordillera, fue una mujer quien encontró primero el paso : Adrienne Bolland, francesa, en 1921, sobre un Caudron G3. http://www.aerodrome-gruyere.ch/hommage/cordillere.htm

    Pero la cordillera era peligrosa para esos aviones que no podían elevarse muy alto. El 13 de junio de 1930, Henri Guillaumet, solo en su avión, tiene que aterrizar a la fuerza debido al viento que lo tira al piso. Camina en la nieve durante cinco días y cinco noches, sin parar, arriba de 3 400 metros de altitud. Sabía que si hacía una pausa, el frío lo tomaría durante su sueño y no se despertaría. Calzado de zapatos de ciudad, su bolsa de correo en la espalda, baja la vertiente argentina para finalmente encontrar un poblador que alerta los gendarmes.

     

     

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     Guillaumet a su puesto de pilotaje

     

    Su amigo Antoine de Saint-Exupéry, a quien cuentó su aventura, la relata mejor que yo :

    http://www.ladressemuseedelaposte.fr/Lettre-provenant-de-l-accident-de

    Guillaumet le confió : « Lo que hice, te lo juro, ningun animal no lo hubiero hecho jamás »

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

    Carta de Mermoz a Guillaumet después del accidente en la Cordillera.

     

    Chapitre 32 : l'Aéropostale

     

    En la época de oro de l'Aeropostale, una carta ponía cuatro días de Paris a Santiago de Chile...

     

     

    Referencia : Mes vols, Jean Mermoz, préface de Patrick Baudry, Flammarion, 1986.

     

    Este libro me fue amablemente envíado por un pasajero del grupo de Air France que acompagné, cuyo nombre, por desgracia, no recuerdo. Me lo dedicó y su firma no se puede descifrar. Si un día lee este blog, gracias al « dernier du fond du car » (último del fondo del micro).

     

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