• 21 - El ambiente turístico

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    En Bariloche, los guías de turismo estaban organizados. Habían creado una « Sociedad de guías », que poseía la personería jurídica. Dicha sociedad estaba a punto de disolverse porque nadie se ocupaba más. Los informes anuales de actividades no estaban más depositados, para hacerla corta, el Tribunal advirtió que la asociación iba a perder la personería jurídica.

    Batimos tambores, fuimos a ver a los guías uno por uno, hicimos reuniones. Rescatamos la personería jurídica in extremis. Los guías me propusieron ser presidenta, seguramente porque había sido la rompe paciencia número uno para lanzar la cosa de vuelta. Decliné la proposición. Me parecía que sería mejor que sea un Argentino. Elegimos entonces a Ana, guía de Murisur, los catamaranes que surcaban el lago Nahuel Huapi todos los días.

     

    Chapitre 21 Le milieu du tourisme

    En aquel tiempo, el puerto estaba a 25 km del centro, en Puerto Pañuelo. El puerto del Centro Cívico de Bariloche, destruído por un « lagomoto » en 1960, todavía no había sido reconstruído.

    La excursión lacustre más preciada iba a una isla del lago, la Isla Victoria, y sobre la orilla de en frente, visitaba el famoso bosque de Arrayanes.

     

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    El arrayan (luma apiculata) no tiene traducción en francés. Tiene una corteza de color naranja con manchas blancas, y hojitas perennes verde oscuro. Los guías cuentan que Walt Dysney lo visitó y este bosque le inspiró para el decorado de su película Bambi. Nunca nadie verificó, que yo sepa.

     

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    A veces ocurría que los guías digan burradas, como todo el mundo. Había, a lo largo de la Isla Victoira, un acantilado donde anidaban cormoranes. Los barcos tocaban bocina al pasar, para que los turistas vean los cormoranes levantando vuelo. Hasta que Parques prohibió esta práctica, que molestaba a los pájaros durante la nidificación.

     

    LLegó un guía nuevo que aprendía la excursión. Los guías viejos le enseñaron, él tomó apuntes, y llegó el viaje donde fue él que tenía el micrófono por primera vez. Todo le fue bien hasta el acantilado de los cormoranes. El tipo indicó el acantilado, los cormoranes... et se le ocurrió añadir un comentario propio : « Como Uds saben, los cormoranes no vuelan ». Había un alto parlante en la cabina del capitán. Cuando escuchó aquello, por supuesto, el capitán apretó el botón de la bocina. ¡ Búúú ! La colonia entera levantó vuelo. El guía no se inmutó : « Bueno, a veces sí ! »

    Con los guías venían los fotógrafos que sacaban el retratro (sobre película) de los turistas en el Bosque de Arrayanes, delante de la llamada cabaña de Walt Dysney, que en realidad era el pabellón de caza del antiguo propietario del lugar, antes que fuera Parque Nacional.

     

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    Para la foto, recortadas en madera terciada, estaban las figuras de dos ciervos, uno grande y uno chico, que hacían pensar en Bambi. En verano, varios viajes de catamaranes vertían su cargamento de visitantes. Un día los fotógrafos se divirtieron. A Bambi le agregaron un atributo masculino que por cierto no era de su edad, y se fueron de vuelta con su barco. Los fotógrafos del barco siguiente, en la rutina, no se dieron cuenta en seguida del cambio... y de hecho se quedaron con fotos invendibles. Aquel día la radio VHF del lago se calentó al rojo vivo, con fotógrafos muy enojados por un lado, y otros fotógrafos muertos de risa por el otro.

     

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    Isla Victoria : una cierta idea de la felicidad...

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    Los guías de los barcos de Murisor se ganaban la vida mejor que los fotógrafos. Se podía hacer la excursión de día entero, almorzando en el restaurant de la Isla Victoria, o bien ir solamente de tarde. Muchos pasajeros llegaban con su ticket de excursión ya comprado, pero algunos venían en auto o en colectivo y compraban la excursión directamente en el puerto, en la oficina de venta de Murisur. Para ellos los guías habían tenido una idea luminosa. Bien la puedo contar, ahora hay prescripción. Al control del muelle, guardaban los tickets enteros, sin desctacar el pedazo que queda al pasajero, y llevaban los tickets a la oficina de venta del puerto, que los vendía por segunda vez a los turistas de la tarde. Hablando de arreglos, también he visto muchos con los derechos de entrada en el Parque Nacional... Pero el tráfico del lago era un secreto bien guardado. Yo no estaba al tanto, y sin embargo estaba con los guías en el trabajo y fuera del trabajo.

     

    Modesta Victoria

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    Catamarán

     

    Y Dios sabe si hicimos farras, nosotros los guías del Parque Nacional...

     

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    El punk abajo de la novia Willy, soy yo.

     

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    Era una fauna particular, siempre de buen humor, siempre un chiste, siempre una anécdota divertida con un pasajero o un chofer.

    Ana Lara, Ana Petrof, Yolanda, Cristina, Milena, Irma, Claudia, Salvador, Mario, Peta, Suki, Pitín, Sandy, Chori, Cindy, Alejandra, Charly, Esteban, Sergio…

    Sergio, adorable compañero. Un día en que Cristina necesitaba la casa, me enontré afuera sin saber qué hacer ni dónde ir. Pasada la medianoche, fui a tocar a su puerta. Abrió, completamente dormido : Bueno, entrá, no hay problema… Encontró frazadas y pasé la noche sobre el canapé.

     

    Chapitre 21 Le milieu du tourisme

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    Claudia                                                                   Sergio                             Suky

     

     

    Estaba guíando una excursión a San Martín de los Andes, por la ruta de los Siete Lagos. Es la excursión más larga de todas, toda de ripio apenas se sale de la nacional a la desembocadura del lago. Me llamó la atención que el chofer mirara amenudo en su espejo exterior. Ratos más tarde pasaba la cabeza por la ventana y miraba atrás, cada vez mas amenudo. Ay, esto no auguraba nada bueno. Así que no me sorprendí cuando paró al borde de un bosque de coihues (hayas). Todo el mundo bajó. La rueda de atrás a la izquierda sobresalía de la carrocería. Estábamos perdiéndola. « Gringa, me dijo, lleváte a los pasajeros y vayan a pasear, no quiero a nadie cerca mío. »

    Bueno, era la temporada de las frutillas, nos fuimos de recogida. Allá, las frutillas silvestres son tres veces más gordas que las europeas. Pero no tienen gusto a nada. Es raro. Igual para colmenillas, ningún gusto tampoco. Enfin, si se las compara a las nuestras.

    Al cabo de más de una hora, fui a ver. Para los pasajeros, Argentinos, nada del otro mundo. Están acostumbrados que la mecánica se rompa, por la vibraciones de las rutas de ripio.

     

    Es un Yanqui, un Mexicano y un Argentino, todos dueños de una gran propiedad, que comparan la extensión de sus respectivas tierras.

    El Yanqui hace alarde : « Yeah, mi ranch es tan gwande tan gwande, qui si me subwo al awbol más alto de mi ranch, no puedo ver el final de mi ranch. »

    El Mexicano no quiere quedarse atrás : « Oye, mi hacienda es tan grande tan grande, que puedo pasar todo el día en mi carro, y no llego al final de mi hacienda. »

    Y el Argentino exclama : « ¡ Che, yo también tengo un auto así ! »

     

    Llegué cuando el flaco, el chofer, estaba terminando. Con una sierra chiquitita para metales, había hecho de vuelta la rosca del eje. Armó de vuelta el eje, la rueda, y continuamos.

    Yo había guardado algunas frutillas para él. Tenía las manos tan negras que por lo menos aquella vez, las frutillas tuvieron gusto a algo.

     

     

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